lunes, 19 de noviembre de 2012

PIRINCHINA, LA BRUJA ADIVINA


Pensé en publicar esta hermosa poesía, porque me la leían cuando era muy chiquita, por eso la quiero compartir con todos ustedes, y también si quieren la pueden compartir con sus seres queridos y con sus alumnos...

Pirinchina, la bruja adivina

con ojos de noche y piel de cartulina

pies de gelatina, mirada de algodón

camina y se da un gran coscorrón.



Vuelan escobas, salen fantasmas

corren los duendes y extrañas ánimas

De un viejo libro, en oscuro lenguaje

prepara pócimas y brebajes: ¡Qué coraje!



Hace gran alboroto, seguro algún hueso roto

pues con pim pam pum… ¡cataplum!

más de un susto se ha de llevar, sus hechizos salen mal.



La escoba no le anda

su murciélago no le habla

el caldero no le hierve

y toda magia se disuelve.


Así es Pirinchina, la bruja adivina

Sombrero con agujero y zapatos sin zapatero

un vestido remendón y un viejo zurrón

y unas medias rayadas todas malgastadas

sólo su sonrisa a Poroto causa risa.


Pero así es Pirinchina, la bruja adivina

Imagina estrellas y planetas

y volar en la cola de algún cometa

mezcla hojas de muérdago con ojos de tritón

alitas de murciélago y bostezo de dragón

algún día será bruja, brujita, brujaza

mientras, a su sueño abraza.



Sin fantasía no hay mundo ni poesía,

y sin Pirinchina, pues, no hay brujas adivinas.


 
 
 
                               FLORENCIA BACCHINI 
 
 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

EL FLAUTISTA DE HÁMELIN


Este cuento me gusta mucho, porque para un evento escolar, con mis compañeras hicimos la versión teatral del mismo. Se los dejo aquí para que lo disfruten y de paso también les dejo la idea de que lo puedan teatralizar.


Había una vez, una pequeña ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelin. Su paisaje era placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que surcaba por allí. Y sus habitantes se enorgullecían de vivir en un lugar tan apacible y pintoresco.
Pero… un día, la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: ¡Hamelin estaba lleno de ratas!
Había tantas y tantas que se atrevían a desafiar a los perros, perseguían a los gatos, sus enemigos de toda la vida;

se subían a las cunas para morder a los niños allí dormidos y hasta robaban enteros los quesos de las despensas para luego comérselos, sin dejar una miguita. ¡Ah!, y además… Metían los hocicos en todas las comidas, husmeaban en los cucharones de los guisos que estaban preparando los cocineros, roían las ropas domingueras de la gente, practicaban agujeros en los costales de harina y en los barriles de sardinas saladas, y hasta pretendían trepas por las anchas faldas de las charlatanas mujeres reunidas en la plaza, ahogando las voces de las pobres asustadas con sus agudos y desafinados chillidos.

¡La vida en Hamelin se estaba tornando insoportable!

…Pero llegó un día en que el pueblo se hartó de esta situación. Y todos, en masa, fueron a congregarse frente al Ayuntamiento.

¡Qué exaltados estaban todos!

No hubo manera de calmar los ánimos de los allí reunidos.
-¡Abajo el alcalde! - gritaban unos.
-¡Ese hombre es un pelele! - decían otros.
-¡Que los del Ayuntamiento nos den una solución! - exigían los de más allá.

Con las mujeres la cosa era peor.
- Pero, ¿qué se creen? - vociferaban -. ¡Busquen el modo de librarnos de la plaga de las ratas! ¡O hallan el remedio de terminar con esta situación o los arrastraremos por las calles! ¡Así lo haremos, como hay Dios!

Al oír tales amenazas, el alcalde y los concejales quedaron consternados y temblando de miedo.

¿Qué hacer?

Una larga hora estuvieron sentados en el salón de la alcaldía discurriendo en la forma de lograr atacar a las ratas. Se sentían tan preocupados, que no encontraban ideas para lograr una buena solución contra la plaga.

Por fin, el alcalde se puso de pie para exclamar:
-¡Lo que yo daría por una buena ratonera!

Apenas se hubo extinguido el eco de la última palabra, cuando todos los reunidos oyeron algo inesperado. En la puerta del Concejo Municipal sonaba un ligero repiqueteo.

-¡Dios nos ampare! - gritó el alcalde, lleno de pánico -. Parece que se oye el roer de una rata. ¿Me habrán oído?

Los ediles no respondieron, pero el repiqueteo siguió oyéndose.
-¡Pase adelante el que llama! - vociferó el alcalde, con voz temblorosa y dominando su terror.

Y entonces entró en la sala el más extraño personaje que se puedan imaginar.
Llevaba una rara capa que le cubría del cuello a los pies y que estaba formada por recuadros negros, rojos y amarillos. Su portador era un hombre alto, delgado y con agudos ojos azules, pequeños como cabezas de alfiler. El pelo le caía lacio y era de un amarillo claro, en contraste con la piel del rostro que aparecía tostada, ennegrecida por las inclemencias del tiempo. Su cara era lisa, sin bigotes ni barbas; sus labios se contraían en una sonrisa que dirigía a unos y otros, como si se hallara entre grandes amigos.

Alcalde y concejales le contemplaron boquiabiertos, pasmados ante su alta figura y cautivados, a la vez, por su estrambótico atractivo.

El desconocido avanzó con gran simpatía y dijo:
- Perdonen, señores, que me haya atrevido a interrumpir su importante reunión, pero es que he venido a ayudarlos. Yo soy capaz, mediante un encanto secreto que poseo, de atraer hacia mi persona a todos los seres que viven bajo el sol. Lo mismo da si se arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua, que si vuelan por el aire o corran sobre la tierra. Todos ellos me siguen, como ustedes no pueden imaginárselo.

Principalmente, uso de mi poder mágico con los animales que más daño hacen en los pueblos, ya sean topos o sapos, víboras o lagartijas. Las gentes me conocen como el Flautista Mágico.

En tanto lo escuchaban, el alcalde y los concejales se dieron cuenta que en torno al cuello lucía una corbata roja con rayas amarillas, de la que pendía una flauta.

También observaron que los dedos del extraño visitante se movían inquietos, al compás de sus palabras, como si sintieran impaciencia por alcanzar y tañer el instrumento que colgaba sobre sus raras vestiduras.

El flautista continuó hablando así:
- Tengan en cuenta, sin embargo, que soy hombre pobre. Por eso cobro por mi trabajo. El año pasado libré a los habitantes de una aldea inglesa, de una monstruosa invasión de murciélagos, y a una ciudad asiática le saqué una plaga de mosquitos que los mantenía a todos enloquecidos por las picaduras.

Ahora bien, si los libro de la preocupación que los molesta, ¿me darían un millar de florines?
-¿Un millar de florines? ¡Cincuenta millares!- respondieron a una el asombrado alcalde y el concejo entero.

Poco después bajaba el flautista por la calle principal de Hamelin. Llevaba una fina sonrisa en sus labios, pues estaba seguro del gran poder que dormía en el alma de su mágico instrumento.

De pronto se paró. Tomó la flauta y se puso a soplarla, al mismo tiempo que guiñaba sus ojos de color azul verdoso. Chispeaban como cuando se espolvorea sal sobre una llama.
Arrancó tres vivísimas notas de la flauta.
Al momento se oyó un rumor. Pareció a todas las gentes de Hamelin como si lo hubiese producido todo un ejército que despertase a un tiempo. Luego el murmullo se transformó en ruido y, finalmente, éste creció hasta convertirse en algo estruendoso.

¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratas.
Salían a torrentes. Lo mismo las ratas grandes que los ratones chiquitos; igual los roedores flacuchos que los gordinflones. Padres, madres, tías y primos ratoniles, con sus tiesas colas y sus punzantes bigotes. Familias enteras de tales bichos se lanzaron en pos del flautista, sin reparar en charcos ni hoyos.

Y el flautista seguía tocando sin cesar, mientras recorría calle tras calle. Y en pos iba todo el ejército ratonil danzando sin poder contenerse. Y así bailando, bailando llegaron las ratas al río, en donde fueron cayendo todas, ahogándose por completo.

Sólo una rata logró escapar. Era una rata muy fuerte que nadó contra la corriente y pudo llegar a la otra orilla. Corriendo sin parar fue a llevar la triste nueva de lo sucedido a su país natal, Ratilandia.

Una vez allí contó lo que había sucedido.
- Igual les hubiera sucedido a todas ustedes. En cuanto llegaron a mis oídos las primeras notas de aquella flauta no pude resistir el deseo de seguir su música. Era como si ofreciesen todas las golosinas que encandilan a una rata. Imaginaba tener al alcance todos los mejores bocados; me parecía una voz que me invitaba a comer a dos carrillos, a roer cuanto quería, a pasarme noche y día en eterno banquete, y que me incitaba dulcemente, diciéndome: “¡Anda, atrévete!” Cuando recuperé la noción de la realidad estaba en el río y a punto de ahogarme como las demás.

¡Gracias a mi fortaleza me he salvado!

Esto asustó mucho a las ratas que se apresuraron a esconderse en sus agujeros.
Y, desde luego, no volvieron más a Hamelin.

¡Había que ver a las gentes de Hamelin!

Cuando comprobaron que se habían librado de la plaga que tanto les había molestado, echaron al vuelo las campanas de todas las iglesias, hasta el punto de hacer retemblar los campanarios.
El alcalde, que ya no temía que le arrastraran, parecía un jefe dando órdenes a los vecinos:
-¡Vamos! ¡Busquen palos y ramas! ¡Hurguen en los nidos de las ratas y cierren luego las entradas! ¡Llamen a carpinteros y albañiles y procuren entre todos que no quede el menor rastro de las ratas!

Así estaba hablando el alcalde, muy ufano y satisfecho. Hasta que, de pronto, al volver la cabeza, se encontró cara a cara con el flautista mágico, cuya arrogante y extraña figura se destacaba en la plaza-mercado de Hamelin.

El flautista interrumpió sus órdenes al decirle:
- Creo, señor alcalde, que ha llegado el momento de darme mis mil florines.
¡Mil florines! ¡Qué se pensaba! ¡Mil florines!

El alcalde miró hoscamente al tipo extravagante que se los pedía. Y lo mismo hicieron sus compañeros de corporación, que le habían estado rodeando mientras mandoteaba.

¿Quién pensaba en pagar a semejante vagabundo de la capa coloreada?
-¿Mil florines… ?- dijo el alcalde -. ¿Por qué?
- Por haber ahogado las ratas - respondió el flautista.
-¿Que tú has ahogado las ratas? - exclamó con fingido asombro la primera autoridad de Hamelin, haciendo un guiño a sus concejales -. Ten muy en cuenta que nosotros trabajamos siempre a la orilla del río, y allí hemos visto, con nuestros propios ojos, cómo se ahogaba aquella plaga. Y, según creo, lo que está bien muerto no vuelve a la vida. No vamos a regatearte un trago de vino para celebrar lo ocurrido y también te daremos algún dinero para rellenar tu bolsa. Pero eso de los mil florines, como te puedes figurar, lo dijimos en broma. Además, con la plaga hemos sufrido muchas pérdidas… ¡Mil florines! ¡Vamos, vamos…! Toma cincuenta.

El flautista, a medida que iba escuchando las palabras del alcalde, iba poniendo un rostro muy serio. No le gustaba que lo engañaran con palabras más o menos melosas y menos con que se cambiase el sentido de las cosas.

-¡No diga más tonterías, alcalde! – exclamó -. No me gusta discutir. Hizo un pacto conmigo, ¡cúmplalo!
-¿Yo? ¿Yo, un pacto contigo? - dijo el alcalde, fingiendo sorpresa y actuando sin ningún remordimiento pese a que había engañado y estafado al flautista.

Sus compañeros de corporación declararon también que tal cosa no era cierta.
El flautista advirtió muy serio:
-¡Cuidado! No sigan excitando mi cólera porque darán lugar a que toque mi flauta de modo muy diferente.

Tales palabras enfurecieron al alcalde.
-¿Cómo se entiende? – bramó -. ¿Piensas que voy a tolerar tus amenazas? ¿Que voy a consentir en ser tratado peor que un cocinero? ¿Te olvidas que soy el alcalde de Hamelin? ¿Qué te has creído?

El hombre quería ocultar su falta de formalidad a fuerza de gritos, como siempre ocurre con los que obran de este modo.

Así que siguió vociferando:
-¡A mí no me insulta ningún vago como tú, aunque tenga una flauta mágica y unos ropajes como los que tú luces!
-¡Se arrepentirán!
-¿Aun sigues amenazando, pícaro vagabundo?- aulló el alcalde, mostrando el puño a su interlocutor -. ¡Haz lo que te parezca, y sopla la flauta hasta que revientes!
El flautista dio media vuelta y se marchó de la plaza.
Empezó a andar por una calle abajo y entonces se llevó a los labios la larga y bruñida caña de su instrumento, del que sacó tres notas. Tres notas tan dulces, tan melodiosas, como jamás músico alguno, ni el más hábil, había conseguido hacer sonar.

Eran arrebatadoras, encandilaban al que las oía.
Se despertó un murmullo en Hamelin. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por alegres grupos que se precipitaban hacia el flautista, atropellándose en su apresuramiento.

Numerosos piececitos corrían batiendo el suelo, menudos zuecos repiqueteaban sobre las losas, muchas manitas palmoteaban y el bullicio iba en aumento. Y como pollos en un gran gallinero, cuando ven llegar al que les trae su ración de cebada, así salieron corriendo de casas y palacios, todos los niños, todos los muchachos y las jovencitas que los habitaban, con sus rosadas mejillas y sus rizos de oro, sus chispeantes ojitos y sus dientecitos semejantes a perlas. Iban tropezando y saltando, corriendo gozosamente tras del maravilloso músico, al que acompañaban con su vocerío y sus carcajadas.

El alcalde enmudeció de asombro y los concejales también.
Quedaron inmóviles como tarugos, sin saber qué hacer ante lo que estaban viendo. Es más, se sentían incapaces de dar un solo paso ni de lanzar el menor grito que impidiese aquella escapatoria de los niños.

No se les ocurrió otra cosa que seguir con la mirada, es decir, contemplar con muda estupidez, la gozosa multitud que se iba en pos del flautista.

Sin embargo, el alcalde salió de su pasmo y lo mismo les pasó a los concejales cuando vieron que el mágico músico se internaba por la calle Alta camino del río.

¡Precisamente por la calle donde vivían sus propios hijos e hijas!
Por fortuna, el flautista no parecía querer ahogar a los niños. En vez de ir hacia el río, se encaminó hacia el sur, dirigiendo sus pasos hacia la alta montaña, que se alzaba próxima. Tras él siguió, cada vez más presurosa, la menuda tropa.

Semejante ruta hizo que la esperanza levantara los oprimidos pechos de los padres.
-¡Nunca podrá cruzar esa intrincada cumbre! - se dijeron las personas mayores -.
Además, el cansancio le hará soltar la flauta y nuestros hijos dejarán de seguirlo.

Mas he aquí que, apenas empezó el flautista a subir la falda de la montaña, las tierras se agrietaron y se abrió un ancho y maravilloso portalón. Pareció como si alguna potente y misteriosa mano hubiese excavado repentinamente una enorme gruta.
Por allí penetró el flautista, seguido de la turba de chiquillos. Y así que el último de ellos hubo entrado, la fantástica puerta desapareció en un abrir y cerrar de ojos, quedando la montaña igual que como estaba.

Sólo quedó fuera uno de los niños. Era cojo y no pudo acompañar a los otros en sus bailes y corridas.
A él acudieron el alcalde, los concejales y los vecinos, cuando se les pasó el susto ante lo ocurrido.
Y lo hallaron triste y cariacontecido.

Como le reprocharon que no se sintiera contento por haberse salvado de la suerte de sus compañeros, replicó:
-¿Contento? ¡Al contrario! Me he perdido todas las cosas bonitas con que ahora se estarán recreando. También a mí me las prometió el flautista con su música, si le seguía; pero no pude.

-¿Y qué les prometía? - preguntó su padre, curioso.
- Dijo que nos llevaría a todos a una tierra feliz, cerca de esta ciudad donde abundan los manantiales cristalinos y se multiplican los árboles frutales, donde las flores se colorean con matices más bellos, y todo es extraño y nunca visto. Allí los gorriones brillan con colores más hermosos que los de nuestros pavos reales; los perros corren más que los gamos de por aquí. Y las abejas no tienen aguijón, por lo que no hay miedo que nos hieran al arrebatarles la miel. Hasta los caballos son extraordinarios: nacen con alas de águila.

- Entonces, si tanto te cautivaba, ¿por qué no lo seguiste?
- No pude, por mi pierna enferma- se dolió el niño -. Cesó la música y me quedé inmóvil. Cuando me di cuenta que esto me pasaba, vi que los demás habían desaparecido por la colina, dejándome solo contra mi deseo.

¡Pobre ciudad de Hamelin! ¡Cara pagaba su avaricia!

El alcalde mandó gentes a todas partes con orden de ofrecer al flautista plata y oro con qué rellenar sus bolsillos, a cambio de que volviese trayendo los niños.

Cuando se convencieron de que perdían el tiempo y de que el flautista y los niños habían partido para siempre, ¡cuánto dolor experimentaron las gentes! ¡Cuántas lamentaciones y lágrimas! ¡Y todo por no cumplir con el pacto establecido!

Para que todos recordasen lo sucedido, el lugar donde vieron desaparecer a los niños lo titularon Calle del Flautista Mágico. Además, el alcalde ordenó que todo aquel que se atreviese a tocar en Hamelin una flauta o un tamboril, perdiera su ocupación para siempre. Prohibió, también, a cualquier hostería o mesón que en tal calle se instalase, profanar con fiestas o algazaras la solemnidad del sitio.

Luego fue grabada la historia en una columna y la pintaron también en el gran ventanal de la iglesia para que todo el mundo la conociese y recordasen cómo se habían perdido aquellos niños de Hamelin.



EL SOL ES DE ORO




Me gusta mucho esta poesía porque hace una total metaforización de las estrellas, el sol y la luna...

                                                  
                                                                       El sol es de oro,
    la luna de plata
     y las estrellitas,
    de hoja de lata.

      Vino un gran platero
    que quiso comprarlas:

-¿Cuánto das por ellas?
- Mil onzas labradas.
-Para tantas joyas,
es poco dinero.

Vino un jardinero 
que quiso comprarlas:

-¿Cuánto das por ella?
-Mil rosas de Arabia.
-Para tantas joyas,
tus rosas son pocas.

El sol es de oro,
la luna de plata
y las estrellitas,
de hoja de lata.




                                                                                  Salvador de Madariaga

martes, 13 de noviembre de 2012

Caperucita Roja, la versión del Lobo

La verdad es que es grandioso que alguien haya escrito esta hermosa versión, ya que, es muy divertida y graciosa. ¡Disfrútenla!


El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho. Siempre trataba de mantenerlo ordenado y limpio.

Un día soleado, mientras estaba recogiendo las basuras dejadas por unos turistas sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi venir una niña vestida en una forma muy divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta, como si no quisieran que la vean. Andaba feliz y comenzó a cortar las flores de nuestro bosque, sin pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunte quien era, de donde venia, a donde iba, a lo que ella me contesto, cantando y bailando, que iba a casa de su abuelita con una canasta para el almuerzo.

Me pareció una persona honesta, pero estaba en mi bosque cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento, mató a un mosquito que volaba libremente, pues también el bosque era para el. Así que decidí darle una lección y enseñarle lo serio que es meterse en el bosque sin anunciarse antes y comenzar a maltratar a sus habitantes.

La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita. Cuando llegue me abrió la puerta una simpática viejecita, le expliqué la situación. Y ella estuvo de acuerdo en que su nieta merecía una lección. La abuelita aceptó permanecer fuera de la vista hasta que yo la llamara y se escondió debajo de la cama.

Cuando llegó la niña la invite a entrar al dormitorio donde yo estaba acostado vestido con la ropa de la abuelita. La niña llegó sonrojada, y me dijo algo desagradable acerca de mis grandes orejas. He sido insultado antes, así que traté de ser amable y le dije que mis grandes orejas eran par oírla mejor.

Ahora bien me agradaba la niña y traté de prestarle atención, pero ella hizo otra observación insultante acerca de mis ojos saltones. Ustedes comprenderán que empecé a sentirme enojado. La niña tenía bonita apariencia pero empezaba a serme antipática. Sin embargo pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban para verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizo. Siempre he tenido problemas con mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un comentario realmente grosero.

Se que debí haberme controlado pero salté de la cama y le gruñí, enseñándole toda mi dentadura y diciéndole que eran así de grande para comerla mejor. Ahora, piensen Uds.: ningún lobo puede comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr por toda la habitación gritando y yo corría atrás de ella tratando de calmarla. Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr, me la quité pero fue mucho peor. La niña gritó aun más. De repente la puerta se abrió y apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo mire y comprendí que corría peligro así que salté por la ventana y escapé.

Me gustaría decirles que este es el final del cuento, pero desgraciadamente no es así. La abuelita jamás contó mi parte de la historia y no pasó mucho tiempo sin que se corriera la voz que yo era un lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a evitarme.

No se que le pasaría a esa niña antipática y vestida en forma tan rara, pero si les puedo decir que yo nunca pude contar mi versión. Ahora Ustedes ya lo saben.

Anónimo

lunes, 12 de noviembre de 2012

LA BATALLA DEL MOVIMIENTO

Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento. 
A mover los pies sin parar un momento. 
A mover los pies sin parar un momento. 
Los pies, los pies, los pies, los pies. 

Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento. 
A mover las piernas sin parar un momento. 
A mover las piernas sin parar un momento. 
Los pies, los pies y ahora las piernas. 
Izquierda, derecha, izquierda, derecha. 

Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento. 
A mover la cola sin parar un momento. 
A mover la cola sin parar un momento. 
Los pies, las piernas, y ahora la cola. 

Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento. 
A mover los brazos sin parar un momento. 
A mover los brazos sin parar un momento. 
Los pies, las piernas, la cola y hora los brazos. 

Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento. 
Muevo la cabeza sin parar un momento. 
Muevo la cabeza sin parar un momento. 
Los pies, las piernas, la cola, 
los brazos y hora la cabeza. 

Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento. 
A mover el cuerpo sin parar un momento. 
A mover el cuerpo sin parar un momento. 
Los pies, las piernas, la cola, 
los brazos, la cabeza y hora todo el cuerpo. 

Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento. 
Esta es la batalla del movimiento.

ADIVINA ADIVINADOR

Aquí les dejo unas adivinanzas porque siempre son entretenidas...

1- Adivina quién soy, cuanto más lavo más sucia voy. (agua)

2- La habrás oído nombrar. Piensa, medita, recuerda, ¿qué instrumento musical no tiene mas que una cuerda? (la campana)

3- Todo el mundo lo lleva, todo el mundo lo tiene, porque a todos le dan uno en cuanto al mundo viene. (el hombre)

4- Todos me usan para descansar. Si ya te lo he dicho, no me busques más. (la silla)

5- Blanco por dentro, verde por fuera. Si quieres que te lo diga espera. (la pera)

6- Somos muchos hermanitos que en la misma casa vivimos, si nos rascan la cabeza al instante morimos. (las cerillas)

7- Es su madre tartamuda, y su padre un buén cantor. Tiene su vestido blanco y amarillo el corazón. (el huevo)

8- En lo alto vive, en lo alto mora, en lo alto teje la tejedora. (la araña)

9- ¿Cual es el animal que tiene más dientes? (el ratoncito perez)

10- Muy chiquito, muy chiquito, él pone fin a lo escrito. (el punto)



viernes, 9 de noviembre de 2012

LA GALLINA CATALINA

Personalmente, me gustó mucho esta poesía, porque me la recomendó una amiga , quién la conoció cuando estaba en segundo grado. Y hoy en día ella la utilizó en una propuesta didáctica, así que en honor e ella que me hizo conocer esta hermosa poesía, se la dedico..



 La gallina Catalina
renunció en el gallinero
y con cartera y sombrero
se pasea por la esquina.

Se cansó de trabajar,
ahora quiere ser artista
y sueña con cacarear
en un teatro de revistas.


¡Hay que loca Catalina!
cacarean las vecinas,
se maquilla con harina 
y se perfuma con bencina.

¡Qué gallina más moderna,
usa anillos y collares!
media de seda en las pernas
y pone huevos alunares.

Y recorrió Catalina
el mundo de gira en gira,
desde Roma hasta la China
bailó danzas y guajiras.

A un carnaval de Brasil
Catalina fue invitada
y se quedo enamorada
del ritmo del tamboril.

Catalina se casó
con un pato brasilero
y tuvieron entre los dos
cinco bichos candomberos.


Oscar Salas